AMOR REBOSANTE

1 de marzo, 2018 por Michael Williams (Nashville, TN)

Durante el verano de 1973 formé parte del reparto de la primera
representación teatral de la Pasión de Cristo en Townsend,
Tennessee. Debía representar varios papeles, el más importante
de ellos siendo Poncio Pilato. También debía representar al discípulo
Felipe y otro personaje llamado Benjamín, el canastero.
Cada noche, al llegar la hora que los locales denominan «al caer
la tarde», representábamos el relato de la última semana en la
vida de Cristo.

Entre los actores se contaba un burrito. Cada noche, Jesús
lo montaba y encaraba el camino de tierra que cruzaba la
colina que constituía el telón de fondo para la obra de teatro.
En esta escena, yo representaba un discípulo y caminaba con
Jesús mientras atravesaba la colina hacia el escenario. A veces,
si había llovido, el camino estaba húmedo y embarrado y el
burro se negaba a ser montado y debía ser llevado durante el
momento de la entrada triunfal. En otras ocasiones, no quería
moverse ni acompañarnos, lo que hacía que la entrada en
Jerusalén fuese mucho menos triunfante y resultando en reescribir
el relato de las Escrituras.

Mientras calificamos la entrada de Jesús en Jerusalén como
«triunfal», en realidad más bien fue un ingreso humilde, el de
un maestro judío itinerante que no montaba un caballo sino un
burro, rodeado de gente que arrojaba sus mantos en el camino
ante él y agitaba ramas cortadas de árboles cercanos. Por el contrario,
Pilato entraba a la ciudad por otra puerta, en un caballo
de guerra acompañado por soldados y precedido por trompetas
que anunciaban su llegada. La entrada de Jesús en la ciudad
sagrada empalidece al compararla con la de Pilato, por más
fuerte que gritemos, «¡Hosanna!».

Jesús no se dirigía hacia el trono y coronación de un emperador,
sino al valle de sombra de muerte. Mientras que la
entrada de Pilato en la ciudad era muestra del poder del imperio
romano, la entrada de Jesús mostró el amor inagotable de
Dios que fluye a través de Él y hacia todos los que lo reciben.
Este amor no era solo para las mujeres y los hombres que

acompañaron a Jesús en el camino ni para quienes gritaron
«¡Hosanna!». Se extendió a los discípulos que se reunieron alrededor
de la mesa con Jesús, entre ellos Judas, quien finalmente
lo traicionaría, Pedro, que negaría conocerlo, y todos los demás
que lo abandonarían en el momento de necesidad. El amor de
Dios fue para quienes gritaron «¡Crucifíquenlo!» y alcanza hasta
quienes le clavaron en la cruz.

Entonces y ahora, Jesús absorbe todo el odio, la crueldad y
la muerte y los llevó con Él a la tumba y los dejó allí. El amor de
Dios alcanza a todas las mujeres y hombres, a todos nosotros,
que nos encontramos con Jesús después de su resurrección.
Aquellos que huyeron llenos de miedo, hoy avanzan predicando
el amor rebosante de Dios. Aunque este amor no siempre impide
que desilusionemos a otros o que nos alcance el mal, la fe
en el amor infinito de Dios encarnado en Jesús y en la práctica
clave de quienes le seguimos, nos permite caminar hacia el futuro
confiando en el amor de Dios y compartiéndolo con otras
personas en el camino.

Preguntas para la reflexión
1. Imagínese representando la entrada de Jesús en Jerusalén. ¿Qué
ve, escucha, huele, piensa y siente mientras mira?
2. ¿Dónde puede ver ejemplos de humildad en el mundo hoy? ¿De
qué modo puede usted mostrar humildad en su vida?
3. ¿A través de quién puede ver usted el amor rebosante de Dios?
¿Cómo puede usted mostrar el amor de Dios a los demás?


Michael Williams es pastor ordenado de
la Iglesia Metodista Unida, escritor, poeta,
autor y narrador de cuentos residente en
Martin Methodist College. Ha escrito numerosos
artículos, historias, poemas, obras de
teatro y libros. Su libro: Spoken into Being:
Divine Encounters Through Story, está

disponible en Upper Room Books.


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