Como gerente de El Centro de Oración Viviente, en el Upper Room, escucho historias de personas que necesitan oración día tras día.
Después de que el huracán María destruyó mi tierra natal, Puerto Rico, mi familia y yo nos vimos necesitados de oración. A la misma vez, necesitaba continuar con mis deberes diarios en el trabajo, centrándome en las necesidades de oración de los demás. Sin embargo, mi mente y mi corazón estaban en mi Isla. Me sentí impotente, lejos de mis seres queridos en un momento de necesidad.
Fue difícil concentrarme. No pude ponerme en contacto con mi familia o amigos; no pude estar físicamente allí; no pude enviar ningún paquete con artículos de primera necesidad; el correo no funcionaba. «¿Qué puedo hacer?», me pregunté.
Me refugié en la oración.
No pude contactar a mi familia, así que no sabía exactamente cómo orar por ella. ¿Qué necesitaban? ¿Estaban bien? Recordé Romanos 8.26: «Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras».
Entregué al Señor mi dolor y mis preocupaciones, y el dolor y el sufrimiento de quienes estaban en mi Isla. Me centré en la promesa de que Dios está presente con ellos y conmigo. Mientras más oraba, más comenzaba a sentir la paz que sobrepasa todo entendimiento y la seguridad de que Dios estaba en control de la situación.
A veces, es fácil dar por sentada a la oración, y olvidamos lo importante y poderosa que es. Incluso cuando a veces no parece cambiar todas nuestras circunstancias, la oración nos cambia.
Información actualizada por Migdiel: «Todos los miembros de mi familia han sido contactados y están a salvo. Algunos todavía no tienen electricidad, ni señal de llamada ni agua corriente. El gas y los suministros son escasos, pero están bien teniendo en cuenta la situación, gracias a Dios».